martes, 4 de noviembre de 2014

¿Y si nos dejamos de jugar?


Hace ya un rato que estoy sentado sobre mi cama. Esperando, con los ojos puestos en la ventana, pero mirando en realidad para adentro. Está conmigo, y me hace esperar, porque sabe que ahora que lo descubrí es lo peor que puede hacerme. Necesito esa conclusión, la ansío. Si me devora, si me mastica... nada es peor que esto. Él lo sabe y su paciencia es una virtud con la que yo no contaba.

No creo que vaya a salir, creo que él se alimenta de esta tensión, creo que si muero el se muere también. Creo que si ahora me tiro al piso y miro debajo de mi cama, tal vez no vea nada, y siempre esté en la duda: ¿Nunca existió? ¿O se esconde de mí, dejando su no presencia en el aire seco?

No sé ni como llegó a mi casa, no creo haberlo dejado entrar. No quisiera pensar que alguien lo puso ahí a propósito. Tal vez se escabulló dentro de algo, en las noticias, probablemente, o capaz vino en una canción. Otra posibilidad sería que siempre haya estado conmigo, durmiendo, esperando el momento para despertarse, como una enfermedad latente, lista para explotar.

— ¡¿Y si nos dejamos de jugar?! — Grito con todas mis fuerzas.

La respuesta es la que yo mas temía, nada más que silencio.

Comienzo a dar saltos sobre la cama, viendo si así lo hago salir. Nada funciona.
Bajo de la cama, me acuesto en el piso con los ojos cerrados y espero. Necesito juntar tanto valor como pueda para mirar donde nunca quise mirar. Es el momento. Abro los ojos. Vacío, nada más que eso, me siento casi desilusionado, como si me hubieran arrancado mi batalla, mi propósito. 

Cuerpo a tierra y con el corazón en la mano, entro en la oscuridad. 

Creo que me estoy durmiendo, pero entonces escucho la puerta. Un nene entra en la habitación, pega un pequeño salto y sube a la cama. Veo sus pequeños pies zarandearse justo antes de desaparecer.


Ahora recuerdo dónde estoy y quién soy. Es que a veces, en estas noches tan frías, se me confunde un poco la cabeza.


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