Cerré los dos ojos cuando comenzó, y sí, lo estaba disfrutando. ¿Sabía sobre la enorme tormenta que se avecinaba? ¿Lo presentía? Probablemente, pero hacía tanto que no sentía la cabeza tan fresca.
Me incliné hacia el cielo, y disfruté de la canción, del ritmo que las gotas de agua hacían sonar en mi piel.
Tormenta es un decir, mas bien todo se pintaba de un azul oscuro. Me empapé de agua y pánico. No era el agua que caía la que me preocupaba, era el agua que subía, la que trepaba por los tobillos, la que arañaba las rodillas, la que inundaba.
Corrí hacia mi casa lo más rápido que pude. Al llegar, pronto me di cuenta de que no tenía ni a quien recordar. Todo lo que estaba tocado, ahora, yacía hecho pedazos. Las paredes se hinchaban de humedad y la mancha negra había llegado a todos lados. ¿No había empezado a llover hacía solo un rato? Tenía frió, pero toda mi ropa daba vueltas por la casa, perdida en cientos de delgados ríos, que no desembocaban en ningún lado, que corrían como sangre por las venas de un gigante que me había tragado en algún momento, y yo ni me había dado cuenta.
El gigante debió toser, porque en ese momento escuché un estruendo, y toda la planta alta se vino abajo. Por un momento, pensé que si me quedaba quieto nada iba a pasarme, que todo sucedía solo para ofenderme, para lastimarme, y que yo tenía que demostrar que no era así. Enseguida comprendí que no, busqué la salida mas cercana. Bloqueada, aplastada, toda la biblioteca sobre la puerta. Los libros, como pequeños barquitos llenos de historias, flotaban a mi alrededor. Y yo me llené de sentimientos contrarios: por un lado me daba mucha lástima, y por otro. tanta destrucción tenia su lado humorístico. Estallé en una risa incontrolable, el agua seguía subiendo, y yo ya casi no podía respirar por ambas razones. ¿Y si pudiera salir ? ¿Me llevaría algo conmigo? Recuerdos de la infancia no había, las mudanzas se habían encargado de eso. Un pedazo de madera me golpeó por detrás y dejé de reírme. Cartas de viejos amores, tal vez podía recuperar, si es que el agua y el rencor me permitían llegar. Desistí, tome aire, y me sumergí. Nadé lo mas profundo que pude y llegué a una ventana de la planta baja. Tiré con todas las fuerzas, solo para darme cuenta de que detrás de la ventana había agua, y detrás la calle y más agua, y detrás otras casas y más agua, y detrás la ciudad y más agua, y detrás el mar que ahora era mi casa.
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